Editorial Nº 8

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31 de octubre de 2009

Han transcurrido 26 años desde el retorno de nuestra Nación a la vida democrática. 26 años que deberían haber servido, para profundizar la conciencia democrática de nuestro pueblo, haciéndola extensiva a todas las instituciones políticas y sociales, susceptibles de conducirse de esa manera.

Sin embargo, la inercia residual, del autoritarismo sectario, parece haber encontrado refugio en muchas de las llamadas “organizaciones intermedias”, que por “costumbre”, comodidad o simplemente falta de iniciativa y compromiso de sus integrantes, ha resignado un terreno fundamental, en la formación cívica, política y social de las nuevas generaciones de argentinos.

Los buenos ejemplos, que vengan de “arriba”, siempre son válidos, pero la verdadera democracia se construye de abajo hacia arriba, esto, y por usar un término muy de moda, si pretendemos que esa democracia sea “sustentable”.

No puede existir una sociedad verdaderamente democrática sin participación popular y esta participación no puede restringirse a un periódico ejercicio del sufragio, esta participación debe ser cotidiana y general, profunda, permanente y vital. Debe manifestarse en una filosofía de vida llevada diariamente a la práctica.

Debemos aprender a reemplazar, la prebenda y el amiguismo, por los valores que emergen de la participación amplia y comprometida de la militancia cívica y social. No podemos pretender que nuestras organizaciones sociales intermedias sean tomadas “en serio” por el resto de la sociedad, si no cuentan con la representatividad que surge de la genuina legitimidad de sus dirigentes y esa genuina legitimidad, sólo se puede obtener, cuando se cumple y acata la voluntad de las mayorías. Cuando esa voluntad mayoritaria y popular, se expresa libremente, sin presiones, ni condicionamientos, en síntesis: cuando se acata y respeta el resultado de las urnas.

Pero como en tantos otros órdenes de nuestra vida social, debemos entender que la verdadera democracia sólo puede ejercerse, respetando y haciendo respetar el marco del derecho. En buen romance: respetando las reglas preestablecidas.

Las organizaciones sociales legalmente reconocidas, es decir todas aquellas que poseen personería jurídica, están regidas por sus estatutos y estos estatutos, establecen taxativamente los mecanismos democráticos sobre los cuales deben organizarse y conducirse cada una de ellas.

Sin embargo, no es necesario profundizar demasiado, para comprobar que en la práctica, muchas organizaciones eluden su cumplimiento, enarbolando la débil excusa de que los mismos son “poco prácticos” ó incluso “anticuados”. Lo que equivaldría a decir que si algún punto de nuestra Constitución Nacional, nos resulta poco práctico, en vez de trabajar políticamente para reformarla, simplemente debiéramos ignorarla.

La esencia de la vida en democracia es justamente el acatamiento al estado de derecho, es cumplir y hacer cumplir las leyes vigentes. De ninguna manera podemos confundir el ejercicio de la democracia con el preludio inexorable de la anarquía, donde finalmente, cada cual hace lo que más le viene en gana.

Los argentinos debemos entender que no existe democracia sin participación social y no puede haber participación social, si no existe, previamente, el compromiso individual de cada ciudadano consigo mismo y con el resto de la comunidad.

No es un Estado democrático el que construye una sociedad democrática, sino exactamente lo contrario, las sociedades democráticas son las que eligen organizarse en Estados democráticos, donde los valores intrínsecos de esta filosofía, deberán estar presentes en cada uno de sus estamentos.

Esta es mi reflexión, a 26 años de aquellas elecciones de octubre de 1983, en que con mis jóvenes 23 años, voté por primera vez. La alegría y esperanza de aquella jornada, todavía me emociona en el recuerdo y esas esperanzas continúan incólumes, a pesar de las muchas frustraciones que le sucedieron.

Creo firmemente que la mayoría de nuestros fracasos como sociedad, tienen su origen en la forma “tímida” con que encaramos nuestras responsabilidades cívicas y la forma “mendicante” con la que pretendemos hacer valer nuestros derechos. Porque como pueblo y sociedad, los argentinos debemos aprender, de una vez y para siempre, que para ser verdaderamente LIBRES y hacer realidad el sueño de una sociedad justa y democrática, muchas cosas quedan por hacerse, menos pedir permiso.


Guillermo Meana
Secretario / BPCD

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